lunes, 6 de octubre de 2008

Moussel

Hay veces que para que comprendamos una situación o se nos ocurra una respuesta ingeniosa necesitamos un tiempo, unos minutos, unas horas, a veces insustituibles: la situación ya ha pasado, nuestro interlocutor se fue, la resupesta, brillante y purpúrea, sólo resplandecerá para nosotros.
Otras veces necesitamos años para comprender la auténtica naturaleza de esa pregunta, para saber qué responder, para darnos cuenta.
Y, de repente, comprendes.
Pero entonces no sólo das con la respuesta a ese enunciado. Es como una cascada que ya no puedes frenar. De golpe, todas atropelladas, comprendes un sinfín de cosas.

Me pasó hace unas semanas. Compré Moussel en el supermercado.
Como origen de una historia no parece muy prometedor. Pero fue así. Hacía años que no lo compraba. Es muy caro. No suelo concederme caprichos. Supongo que es uno de mis errores más socorridos.
Una vez tuve una conversación con una buena amiga, años atrás, hablábamos de jabones (ves a saber tú dónde estuvo la génesis del asunto). Me preguntó, y yo le contesté sin dudar que mis jabones favoritos son el Magno y el Moussel. Especialmente el Moussel. Se sorprendió, me dijo que no lo esperaba, le pareció una elección muy clásica. Tuve la sensación de que la había defraudado. No supe qué decir.
El otro día, como decía antes, compré Moussel en el supermercado. Llegué a casa, saqué el frasco frambuesa de la bolsa, lo destapé y lo olí.
Y comprendí.

Si alguen cree que los olores nos gustan o nos denjan de gustar por sus toques afrutados, por la concentración de azahar o por las pinceladas de romero, está en plena confusión. Los olores nos gustan por lo que nos evocan. Es así. No existe un sentido más nostáligico que el olfato.

Cuando yo era pequeña y se acercaba el buen tiempo, comenzaba la época de las colonias escolares. Además, con la siempre maravillosa irrupción del verano, se añadían también los campamentos, a menudo en sitios más remotos, con muchos más amigos nuevos, con ilusiones infinitas, con juegos interminables. Siempre me encantó ir de colonias. Jamás recuerdo haber echado de menos a mis padres, no porque no los quisiera mucho, ya volvería a casa, sabía que seguirían estando allí. Sabía que nunca me fallaban. Esos eran unos días para mí, para hacer amigos, para jugar 24 horas. Eran unos radiantes días de verano llenos de risas.

En mi casa, a veces, cuando mi madre podía aflojar un poco más el monedero, compraba Magno. Cuando nos íbamos de colonias, en cambio, nos compraba un tarrito pequeño de jabón, de color frambuesa, con letras blancas escritas en francés: Moussel. Sólo lo compraba para las colonias, es un jabón muy caro, no se puede usar todos los días. Era mi jabón favorito. Me encantaba. Sabía, cada año cuando me subía al autocar o al tren con la mochila en la espalda, que mi madre me habría metido un tarrito de Moussel en el neceser. Nunca falló. Ella sabía que me encantaba. Sabía que llegaría a esos baños nuevos, con todas las otras niñas rodeándome, con esa mezcla de nerviosismo y alegría, sabía que llevaría mi neceser ahí con toda la ilusión, que lo abriría con cuidado, y que al ver el tarrito frambuesa no podría evitar dibujar una maravilosa sonrisa: está ahí.

Eso es una madre. Y eso lo comprendes al cabo de muchos años después de que alguien te pregunte: ¿porqué te gusta tanto el Moussel, si es un jabón muy clásico? Tal vez necesitaba ser madre para poderlo comprender. Para compender qué sentía mi madre cuando me ponía el tarrito de Moussel en el neceser. Ahora lo sé. Antes sabía la ilusión que sentía yo, ahora sé la ilusión que sentía ella.

Mi madre fue siempre una madre trabajadora con tres críos a los que cuidar, con días buenos y días malos, con días de lluvia y días de fiebres, con días de fiestas y días de histeria infantil en casa, con épocas más anchas y épocas de estrechez económica. Pero a mí, cuando yo abría el neceser en esos lavabos nuevos, cuando me había ido de colonias, siempre, siempre, encontraba allí un frasquito color frambuesa con unas letras en francés.

A eso huele el Moussel. Y por eso es y será, para mí, el mejor jabón del mundo.

miércoles, 10 de octubre de 2007

¿Quien vela por ellos?

Ya hace años que veía, de vez en cuando, pasear por el barrio una chica con su madre. La chica era algo distinta, imaginé al verla por primera vez que padecería algún tipo de deficiencia, pues su aspecto era distinto al del resto de mujeres. Me costaba mucho aventurar qué edad podía tener. Parecía joven, pero tenía muy poco pelo, algo canoso, y los dientes extraños y poco saludables. De piel muy blanca y cabello castaño, paseaba paciente con una madre extremadamente anciana por las calles cercanas. Siempre juntas, cogidas del brazo.

Hace algunas semanas la ví sin su madre, sentada en la escalera del porche exerior de un edificio de Craywinckel, donde está el banco. Iba vestida distinta (normalmente sus vestidos eran de un estilo muy anticuado), con una gorra de béisbol roja, no recuerdo exactamente el resto, pero recuerdo que me sorprendió. Estaba sentada al lado de un hombre, creo que también con gorra roja, de aspecto desaliñado. Por un momento pensé que él parecía un homeless, y que parecía que ella estuviera con él. Tal vez son amigos, pensé. Pero me entristeció y me dió mala espina.

Hace un par de días la volví a ver, sola. Bajaba andando por Avenida República Argentina. Seguía con aspecto desaliñado, distinto, dejado. Avanzaba hasta la base de las escaleras mecánicas que hay a la altura de Vallcarca, donde estaban reunidos un grupo de personas que parecían sin techo. Al llegar a su altura, ella se sumó al grupo. Comprendí.

¿Qué sucede cuando fallece una persona que vive con alguien a su cargo? Es evidente que esta chica no puede desenvolverse con normalidad en la sociedad (independizarse, trabajar, desarrollar una vida personal...). Imagino que su madre, aunque anciana, cuidaba de ella. Desconozco cuáles son sus circunstancias concretas, pero... ¿es que nadie se puede hacer cargo de ella? Imagino (quiero pensar eso) que si ha llegado al punto de juntarse con los grupos de homeless será que no tiene hermanos, tíos, sobrinos, ni primos que la puedan cobijar o ayudar. Debe estar sola. Y si tan sola está, ¿quién puede avisar a las autoridades de su situación para que la tutelen de alguna forma? Habrá vecinos que lo sepan, que la conozcan... yo no sé su nombre, ni dónde vive. Me parece recordar que alguna vez la vi salir de la portería de Avenida República Argentina que hay al lado de SERCO, pero tampoco sé si realmente es su casa.

Qué tristeza este mundo, a veces, ¿verdad? Qué tristeza.
Espero que pronto alguien pueda dar cuenta de sus datos a las autoridades y la puedan atender.
De todas formas, ¿es que acaso el Estado no tiene alguna forma de saber detectar estos casos y hacerse cargo de estas personas? Me sorprende y me encoleriza. Si no tienen familia, ¿quién vela por ellos?

viernes, 21 de septiembre de 2007

Disquisiciones linguales

Hay una rara especie de criatura que, en el momento cumbre de su comodidad dialéctica, presumiendo que domina el idioma como un catedrático universitario, te suelta un "tenir que" y se queda tan ancha y satisfecha como un locutor deportivo diciendo "Beckan", que haberlos, haylos, y muchos.

Soy, debo confesarlo, de esas personas repelentes que se les eriza la espalda cuando oyen "campeó" o "trofeig". Qué le vamos a hacer. Y es que el personal, en general, abofetea el idioma cada cinco minutos sin pestañear. Los idiomas todos, de hecho, pues la gente no tiene escrúpulos ni estómago en ninguna parte. Porque para decir "brauli" en vez de "brownie" o "aurio" en vez de "euro" no hace falta ser ningún desletrado.

Me lleva esto, puestos a reflexionar, a plantear la capacidad de usar a nuestra conveniencia el lenguaje. Claro está que habrá quien lo hace mejor y quien tiene, digamos, más por mejorar. Centrémonos en el contenido. Hoy me han llamado la atención las palabras del presidente del gobierno, el señor Rodríguez Zapatero, que preguntado sobre la posible excarcelación del violador de la Vall d'Hebron, ha declarado que no puede pronunciarse sobre este tema por respeto al tribunal que está llevando el caso, pero que su reflexión personal seguramente coincide con la de la mayoría de los ciudadanos. O algo así, pues ahora no recuerdo las palabras exactas.

Dejando a un lado nuestra opinión sobre la excarcelación en sí, lo primero que se me ocurre es: oye, si no puedes hablar, no hables. ¿Qué juego es éste? Es evidente que el presidente ha dicho sin decir, ha opinado sin opinar. ¿Por qué este juego de sobreentendidos estilo jeroglífico de periódico? ¿Acaso no quiere alejarse del sentir popular a pocos meses de las elecciones generales? Pero no puede hacer delaraciones oficiales, así que, presuntamente, decide no declarar, declarando, no vaya a ser que a alguien se olvide de votarle, votando.

En fin, que el idioma, los idiomas, dan mucho de sí. ¿Pensamos lo que somos o somos lo que pensamos? ¿Acaso no pensamos con el lenguaje? ¿Somos, pues, simplemente, lo que abarca nuestro idioma?

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Comenzando por el principio

Allí que voy.

He aquí mi blog. Debo confesar que es fruto de un regalo maravilloso de alguien todavía más maravilloso, así que voy a intentar estar a la altura que requieren las circunstancias. Para ello llevo días barruntando cómo empezarlo, cómo dirigirlo, hacia dónde guiarlo. Creo que lo más sincero y sensato será dedicarlo a hablar sobre aquello que ha marcado mi vida durante muchos años y que, a pesar de las dificultades actuales (los que sean padres entenderán a qué me refiero), sigue corriendo clandestinamente por mis venas: los libros. Claro está que no sólo de páginas vive el ser humano - que no sólo el hombre, por Dios- así que no descarto alguna que otra infidelidad a temas colindantes, veáse cine, teatro, música, actualidad o lo que se tercie, pues para eso estoy yo al timón del teclado.

Empezaremos, cómo no, por un clásico de los clásicos en mi vida: recomendar libros. Antes de que existieran los Amstrad, yo ya mantenía esta cruzada personal para disgusto y hastío de mis amistades poco proclives al vicio ruin de leer. Hoy voy a recomendar un libro que no es nuevo, que no es morboso y que no está escrito por Dan Brown, con lo cual me estoy arriesgando a que los pocos insensatos que hayan caído en mis redes abandonen desde ya la lectura de este blog.

Recomiendo fervientemente "La mancha humana", novela del estadounidense Philip Roth. Eterno cadidato al Nobel, escritor posiblemente incómodo en su país, el autor nos obsequia con una obra sorprendente, turbadora, excelentemente relatada. Es un libro de oficio, de artesano. Con un claro dominio de la estructuración del argumento y de la exposición del lenguaje, Roth nos atrapa desde la primera a la última página, y nos invita a una reflexión tensa sobre las verdades y las mentiras, los prejuicios y los juicios de valor, la compasión, el escarnio público, el funcionamiento de muchos aspectos de la sociedad y tantos otros temas entrelazados, que como en toda buena novela, se despistan entre las páginas del libro. Francamente, si sois aficionados a la lectura, y entiéndase por ello a la lectura reactiva (que nos aporte algo), difícilmente os defraudará.

Bienvenidos.